LA GUITARRA DEL VIEJO MONTARAZ

(Este texto es una adaptación del cuento O VIOLEIRO SOLITARIO escrito en febrero de 2011).

Con el despunte del amanecer Don Luigi y su fiel perro ya estaban realizando su recorrida matinal por los alrededores del monte. Era él un anciano enflaquecido, con pocas piezas dentales, de escasas palabras, mirada muy áspera y pasos desconfiados. Hace años se había convertido en un ser poco tratable, aislado del poblado, porque los lugares plagados de personas lo agobiaba.

En los cerros ocupaba su tiempo buscando las huellas de unos cuantos malhechores que siempre se acercaban a su modesta casa intentando robarle lo poco o nada que tenía. Con sonrisa ceñida se sentía victorioso pues, además de haberlos ahuyentados de su territorio, una vez más les quitaba a los ladrones una olla de comida calentita y unos panes recién horneados olvidados en las trincheras.

El quiltro, después que conoció al misántropo, era el más feliz con la colecta diaria de provisiones. Al animal el viejo siempre le convidaba un poco de la cazuela de cordero dejada por los delincuentes. Sabrosamente siempre estaba aliñada con puerros y tomillo como le solía gustar al huraño.

Después de la inspección rutinaria por fuera de la casa, Don Luigi y el perro volvieron al cobijo de su humilde habitación. Entrando al único cuarto que existía tomó su guitarra, empezó a afinar el instrumento y sonorizó con la boca unos “do-re-mi-fa-sol-la-si-do”. Cuando sintió que se sintonizaron se puso a tocar una canción.

De pronto tanto el perro como Don Luigi escucharon un ruido y se pusieron en estado de alerta. El viejo le hizo unas señas al perro para que se mantuviera calladito y en un movimiento abrupto abrió la puerta para pillar a los ladrones que deberían estar circulando por el área.

Mirando a todos los lados lo único que se encontró fue con unos cuantos cuyes paseándose por la basura. Cerró nuevamente la puerta y aprovechó para matar la sed tragándose a seco una chicha artesanal desde una sucia botella de agua mineral. Suspiró hondo y volvió a entonar la música acompañándose del dulce y melodioso sonido de su guitarra.

Allá fuera de la casa, como los días anteriores, estaban escondidos en los arbustos un grupo de hombres, mujeres y niños completamente inmóviles, preparándose para deleitarse con las canciones interpretadas por el gruñón. A ellos les encantaba la maestría del anciano cuando se ponía a tocar y a cantar los más hermosos boleros. Era tanta la hermosura de su voz y destreza de sus dedos que siquiera se acordaban lo cuan cascarrabias era el viejito mañoso. El montaraz, circunstancialmente empujado a una vida insociable, no le gustaba compartir su don con nadie y ellos sabían que para disfrutaren de su música tenían que silenciarse.

Pero el perro, que tenía una oreja en la guitarra y la otra empinada atenta a los ruidos externos, se percató del alboroto de los niños en el patio trasero y empezó con un fuerte ladrido. Don Luigi, preparándose con un palo de escoba y un balde de agua fría, salió a increpar a los intrusos. ¡Fue un verdadero “sálvese-quien-pueda”!

Lo que se veía era gente corriendo para todos los lados, los niños en carcajadas, el perro ladrando y tropezándose entre ellos y el hombre más silvestre que un guanaco gritando a todo el pulmón:

-“¡Váyanse de mi territorio, muchedumbre de gente inculta y vulgar!

Todos los días la misma escena se repetía. Mirando hacia dentro, el diario vivir de Don Luigi se resumía en su guitarra y sus pleitos con Dios:

-¿Por qué tan temprano me viene a apuntar mis pecados con tus dedos largos. Qué no sabes que yo me los conozco a todos?

-¿Acaso mi desgracia te causa risa?

-¡Estos ladrones que lo único que planean es robarme lo poco que me queda!

-¡Y por qué te hablo si ni siquiera tú existes!

-¡Córtala y vete de mi casa que el Diablo ya está que me lleva consigo!

Mirando hacia afuera, lo que deseaba aquella gente era acercarse a la casa de Don Luigi, tener la oportunidad para dejarle algo de comer y complacerse con los acordes de su guitarra. Escucharlo era sentirlo congénere. La música, el instrumento y su sensibilidad artística lo humanizaban. Su don era la prueba de la armonía entre el hombre y la existencia divina.

Una mañana, cuando la gente ya estaba posicionada esperando que Don Luigi empezase con su repertorio musical, lo escucharon cantando el más bello de todos los boleros. Doña Mirta, apoyándose las orejas en una pequeña ventana, empezó con un tatareo intentando acompañarlo en la canción. Todos se pusieron muy nerviosos y algunos le hacían señas con las manos para que ella dejara de cantar.

-¡Madre mía, haz silencio! ¡Pues si que si que nos echará a todos con aguas servidas!- susurró una de las muchachas.

Pero no hubo caso. Doña Mirta, acordándose del momento en que su pretendiente le pidió matrimonio y le bendijo con una hermosa familia, abrió sus pulmones e interpretó la canción como un perfecto dueto. Al perro, oídos alerta, también le simpatizó aquel suave dúo pues parecía que ellos habían ensayado aquel bolero por más de cuarenta y cinco años, aunque separados por una puerta. La mascota bajó la cabeza, se mantuvo callada y no interrumpió la composición.

Al otro día Don Luigi no se salió de la casa a recoger la comida ni tampoco ellos lo escucharon cantar. Todos se miraron preocupados y decidieron derribar la puerta. El montaraz, acostado en su cama, sujetaba la guitarra con una expresión de que había partido tranquilo, después de haberse puesto en buenas con aquél que hubiera sido su eterno contrincante.

En el cementerio no hubo espacio para toda la gente del poblado que quiso acompañar a los diez hijos, cinco nueras, tres yernos, veinticuatro nietos e dos bisnietos de Don Luigi. Doña Mirta, la viuda que nunca supo en qué momento el alcohol y la demencia le quitaron a su esposo, suplicó al cura que se pusiera harto empeño en la oración de despedida, por si acaso él otro del más allá llevara en serio el dicho que “el Diablo ya está que me lleva consigo”.

Su guitarra la dejaron en una cueva en el cerro, como recuerdo del objeto y del lugar que mantuvieron vivo lo que había quedado del hombre cuerdo que un día fuera. Y el perro continuó feliz en su labor de guardián, correteando a los invasores que todos los días aparecían por las trincheras con ollas calentitas de cazuela de cordero.

Diccionario regional:

Quiltro: perros mestizos o sin raza

Cazuela: Plato típico, elaborado con papas, verduras y presas de carne.

Cuy(es): Especie de conejos de India.

Guanaco: de la familia de los Camélidos como la Llama y la Alpaca, pero poco domesticable.

Córtala: (verbo + pronombre): Expresión que significa “deje de molestarme”.

Vete: (verbo + pronombre): Expresión que significa “salga de aquí”.

Chicha: bebida hecha a partir de la fermentación de frutas como la manzana y la uva. Adquiere alto grado alcohólico con el pasar de los días.

Águas servidas: águas sin tratamiento, contaminadas por sustâncias fecales y orina.