UN RECUERDO DE LA VEJEZ

Todo empezó como un suspiro interno. Hacía tiempo que no lograra acordarse de algo, tantas ocupaciones vagas. Se puso por primera vez a imaginar, casi como rechazada al rincón de la sala, colgase con unos sesenta o setenta año más de edad. ¿El motivo? Leyera en algún lugar que la población quedaba cada día más vieja y los jóvenes cada vez en menos cantidad, menos hijos y toda aquella historia que las personas están viviendo más y mejor en la vejez. Ella dudaba mucho sobre esto, estaba acostumbrada a ver sus abuelos, necesitaban todo, para todo alguien para que les ayude o mismo que los hagan las cosas en su lugar.

Marzo de 1962, me desperté y tardé un poco a recobrar la consciencia de lo que era, había olvidado por algunos instantes, en verdad desde la semana pasada, olvidé mi edad y mi nombre. No sería trágico pues es natural. Tardé un poco en levantar, suele suceder. Trabo un larguísimo diálogo a algunos meses con la vejez, me acostumbré con la soledad de tal momento. Antes por lo menos no sentía mis propios dolores, solo los dolores de Hermino que siempre fueron mayores y más impertinentes también. Desde que se ha ido poco ha cambiado en esta humilde vida. Nuestro hijo ni mi acuerdo más su rosto ni su edad, edad siempre fue un problema que se ha tornado peor a cada día, perceptible a la primera pregunta. No viene a visitarnos, no tiene tiempo.

Los dolores no paran de crecer, el incómodo es el único que nunca para de acompañarnos. Las medicinas entonces nada pueden hacer, solo los remedios ya nos bastan, una cantidad que no cabe más en la nevera de 1933. El ordene ni los intentos más. Ya los puse en mi propia secuencia. El recuerdo como ya sabes me falla. Y todavía no me levanté, es que el coraje se acabó hace diez años. Ahora entiendo mis abuelos y sus charlas. Toda charla se convertía en dolor o mejor en los dolores, en verdad una disputa visceral e increíble de quien pudiera superar el dolor de todos los otros, quien más dolores tenía o quien más fuerzas le daría.

Con mucho penar logré poner las zapatillas floridas con azul, no sé cómo conseguí llegar en la cocina con azulejos portugueses del siglo diecisiete de la época de mis abuelos. Creo haber hecho un café flaco y sin azúcar, desde que me llamaron anciana el azúcar, la sal, la adrenalina, la diversión y la eternidad se quitaron de mi cotidiano en una receta para seguir, y el resto de las prohibiciones como ya he dicho no las puedo recordar.

Me puse a llena un tacho negro con 15,5cm de altura x 16,5cm de diámetros y con capacidad para cuatro litros en máximo. Llené para regar las flores siete floreros que hay en el balcón lleno de rosas blancas. Paré un tiempo miré el agua como cuando tenía mis veinte años, mi rosto limpio, moreno, una risa leve, cuerpo cubierto de envidia e juventud, corría como el agua que observaba. Esperé llegar en la mitad, todo lleno mi recuerdo alértame que no puedo cargar.

La vejez llega y tu ni lo percebes, si pudieras imaginarla más veces y con mucho más atención de cierto aprovecharía mejor la juventud y el vigor así como Rubén Darío ¡Juventud, divino tesoro! Cuantas canciones de otoño, cuantos otoños ya se pasaron y no puedo recordarlos, siempre existe algo que no podemos recordar independiente de la edad, pero peor en esta, se les escapa las ganas de elegir lo que se olvida. Debo parar de regar el dolor en las espaldas no me deja contar y perjudica mi recuerdos. Frente a la tele como hago desde los cincuenta, duermo y cuando me tomo el tiempo ya es de noche y la tele continua a consumir mi energía. Entender lo que se pasa allí y el real sentido imposible estos programas solo quieren iludirnos.

En el almuerzo, sola ya a cuentas perdidas de setecientos treinta y cinco días, el sueño y el cansancio de nuevo me habían de ganar el suspiro. Por la tarde miraba el tiempo y las distancias que adormecí por instantes y creo haber soñado con la aparición de mi primera ruga en el rosto surgida después de la fiestas en que me enamoré del primer amor de mi vida, Juan un chico de altura placida y mirada elegante con quien sueño hasta hoy. En poco desperté.

Fue así que la vi, cuando estaba durmiendo en la silla. Miraba a Virginia y sus noventa años y las dos semanas qué pasé cuidándola. Me imaginé un poco con tal edad mismo con mis veinte años solos.

Hoy recobré muy rápido unos recuerdos de la juventud y logré pensar que ni mi imaginación fugaz sería capaz de alcanzar en pitos lo que viví en aquel instante, en aquél suspiro interno y lo paralelo a lo que vivo hoy. Abrí las cortinas así como abrí los ojos, con un último suspiro de recuerdo lerdo y equivocado. Lo único que alcance de la vejez fue la soledad que la vida ya me proponía desde siempre, seguro así que esto ya lo tenía sin la aproximación de la vejez. Todo el resto es inimaginable, inalcanzable lo comprobé ser peor, nuestra vez y los quinientos pelos blancos que todavía insisten en volver. Es mil veces peor de lo que me imaginé al mirarla y a lo que acabé de recordar haber imaginado aquél día.

En un día cualquiera.

Maria Mariane
Enviado por Maria Mariane em 06/01/2019
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