CUENTOS POÉTICOS: DULCES PIEDRAS EQUIVOCADAS (VERSIÓN EN ESPAÑOL)

Lento y empolvado estaba el aire que le entraba por la nariz. Árida era aquella tierra montañosa, cuyo paisaje se parecía a algún punto cardinal olvidado por la brújula del resto del mundo.

Con un bolso persistente despacio escalaba él, observando el prender de las estrellas para ubicar el sendero que lo llevaría hasta los volcanes.

Hallándose atado a las memorias de su cajetilla de cigarrillos él empezó a fumar lentamente, cerrando y abriendo la boca para que se flotaran círculos de humo hacia arriba. Quisiera que, en este mismo instante, ella estuviera mirando al cielo y pudiera acordarse de lo chistoso de los contorcidos anillos blancos que le hacían reírse después que se amaban.

Se sentó en una roca y esperó para recibir alguna señal, pero nada sucedió.

Mojándose los pies en una laguna él surcaba la tierra arando sus huellas. Deseaba que ella pasara por allí y mirase al suelo. Quizá aun no se habría olvidado de aquellas tardes al revés, donde se acariciaban y se mordiscaban recíprocamente los talones y los tobillos.

Se sentó en una roca y esperó para recibir alguna señal, pero nada sucedió.

El seguía sus andanzas por los rumbos y por las cumbres, pero estaba dispuesto a demostrarle que todavía la quería. Con plena seguridad escogió algunas piedras y las transformó en chocolates almendrados. Durante los días que siguieron los esparció por la tierra dejando un largo rastro color café. Anhelaba que ella se deparase con este regalo y se recordase de los bombones ocultos en sus cajones. A lo mejor, si su lengua volviera a probar lo dulce, nuevamente se sentaría para acompañarlo a tomar un té caliente.

Se sentó en una roca y casi dormido se sujetó a una taza.

Nunca se supo en qué momento ocurrió una erupción volcánica y la nostalgia hizo que una mujer se detuviese a mirar al cielo. Al respirar la nicotina del aire, ella cerró los ojos y reconoció el sabor del tabaco de aquellos besos robados.

Caminando se encontró con profundas huellas en el suelo y arrodillándose apoyó sus manos en los surcos. Enternecida volvió a sentir el calor de los pies de un hombre a quien un día se había apoyado y se cobijado el rostro.

No tardó mucho para que se tropezara con el obsequio dulce. Al morder la piedra y degustarla sintió el sabor de las almendras. Siempre le había gustado la acidez de los chocolates trufados de crema de naranja, pero él, con oídos tapados de viento y melodías, no la había podido escuchar.

Suspiró hondo soltando el aire por la boca, asegurándose de estar llevando un termo con agua recién hervida. Por lo visto él jamás perdería la mala costumbre de entregarle su amor en forma de dulces piedras equivocadas.

Millarray
Enviado por Millarray em 10/09/2012
Código do texto: T3874686
Classificação de conteúdo: seguro