Un poquito de lo que pasa entre los hermanos argentinos

Qué lindo volver al reino libertario del gran Milei

27 de enero de 2024

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Carlos M. Reymundo Roberts

LA NACION

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Todos los años me cuesta un montón volver de las vacaciones; este, no. Con qué ilusión emprendí la vuelta sabiendo que no me esperaba el país de Massita, Cristina y Alberto, sino el reino libertario de Javier, el León, un león vendiendo sueños. En la playa no había día que no tuviera que contestar la misma pregunta: si era cierto que me había pasado al mileísmo, como declaré formalmente en esta columna después de las elecciones. Mi respuesta también era siempre igual: “Su duda me ofende. ¿Alguna vez no hablo en serio?”.

Mileísta de cabeza y corazón, cada vez más convencido. Me parece mentira que este tipo, surgido de un repollo, les haya ganado al peronismo, al kirchnerismo, al massismo, al populismo, a esos ismos espantosos, para venir a instaurar un nuevo régimen: el anticastismo. Obvio que necesito resetearme todo el tiempo, porque el primer impulso es pensar las cosas con categorías viejas. Por ejemplo: en el arranque del gobierno me pareció que había cierto caos, improvisación, contradicciones. Error. En realidad, estábamos ante un sistema de toma de decisiones fresco, espontáneo, creativo. Nada de largos conciliábulos, consultas, chequeos, planillas Excel. La fórmula es distinta. Inspiración. Intuición. Pragmatismo. Timba. Timba –por favor, no me malinterpreten– entendida como que Javier siente que lo favoreció el reparto de cartas y apuesta fuerte. Y yo apuesto con él. “Elijo creer”, me dijo –ceño fruncido, la vista en la arena– un estrecho colaborador de Mauricio Macri sobre el devenir de los acontecimientos. Yo no elijo: le creo. Creo en él y en las “fuerzas del cielo”. Es impresionante lo que está pasando. Es increíble.

Me pasé la mitad de las vacaciones leyendo los mil artículos que hay entre el megadecreto y la ley ómnibus. Lo de que sean mil es una genialidad: la única forma de asegurarte de que ningún diputado o senador se les va a animar. La convertibilidad de Cavallo tenía un solo artículo y así nos fue. “Los mil de Milei”: hasta la sonoridad ayuda. El lunes, apenas volví, pedí en la Casa Rosada que me resumieran la ley, porque tiene otra trampita: cuanto más la leés, menos entendés. “Es muy sencilla –me explicó el jefe de Gabinete, Nicolás Posse–. Aumenta los impuestos y baja las jubilaciones”. Uh, eso ya no suena tan bien.

La verdad, tengo miedo: estamos asistiendo al desguace de una norma fundacional, llamada a cambiar para siempre la vida de los argentinos. Los diputados de la oposición dialoguista dialogan, pero con el hacha en la mano, y hasta nuestra propia tropa va cercenándola a cambio de votos. No voy a negar que el articulado es desprolijo, impreciso, bastante confuso. Pero había que llegar a mil, pobre Fede Sturzenegger: imposible no darle a la guitarra. Hay un riesgo cierto de que la ley ómnibus, víctima del bullying, mute a una desvalida ley Rastrojero, dicho esto con el debido respeto por ese noble utilitario. ¡Cuando se entere el Presidente! Van a volar todos, como voló anteayer el ministro de Infraestructura, Ferraro, por haber hablado de más. Una lástima, se fue y no pude conocerlo. Qué picardía no haber tratado a un hombre con fama de indiscreto.

Ya se ve que Javier tiene el temperamento de un general en combate y un claro sentido de la autoridad: o te alineás… o afuera. Bien ahí, jefe: duro con los infieles. Además, para qué tener un ministro de Infraestructura si no va a haber obra pública (a excepción de los caniles de la quinta de Olivos), no vamos a infraestructurar nada. Duro también con los fieles, para que no se tienten, y durísimo con el huelguista Riachuelo Moyano, con el golpista Pochoclo Albistur, con el criticón Massita. Insólito lo de Massita, que tiene el tupé de reprobar la marcha de la economía; insólito que lo haya hecho él, culpable de que en cualquier momento a Milei le canten: “Qué pasa, qué pasa, qué pasa, general, está lleno de massistas el gobierno liberal”.

A ver: la política es el arte de lo posible, y el Presi, de bancadas tan desnutridas en el Congreso, está obligado a ceder; está obligado a negociar con la casta, incluso a rodearse de casta. El anticastismo siempre fue pensado como una reforma de segunda generación.

Se podrán cuestionar algunas cosas del Gobierno, pero no me digan que no hay otro clima. Milei viaja en avión de línea y va a la Casa Rosada en auto; hay reuniones de gabinete; en Olivos solo están de fiesta los perritos; Adorni, el vocero, va al grano y no se dedica, como Gaby Cerruti, a vocear gabrieladas y maltratar periodistas (para eso está el general); la canciller –perdón, Cafierito, no podía obviar el dato– habla inglés; Venezuela, Cuba y Nicaragua volvieron a ser dictaduras. Cristina sigue callada, y eso no sé si está bueno. Como que extraño sus clases magistrales; extraño sus tuits y TikTok, sus aires de diva; extraño verla estrenar ropa todos los días. Cristina callada, guardada. Muy extraño.

No sé si se percataron de que este año febrero tendrá 29 días. Nunca tuve dudas: el cambio va en serio. ß

Carlos M. Reymundo Roberts

Reymundo Roberts e en la Nación
Enviado por Paulo Miranda em 27/01/2024
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