SOLUCION EJECUTIVA

Alberto Saez, fue el último en salir del despacho del Jefe. Fue directo al baño, mojó su cara y se quedó largo rato con las manos apoyadas en los bordes del lavamanos. Miraba su rostro reflejado en el espejo y bajaba la vista una y otra vez. "¿Se convenció, señor, que esto no funciona como usted quisiera?". Se repetían en su cerebro esas últimas palabras de su jefe. Cómo podía ser tan...

— ¡Claro que tiene que funcionar! —Exclamó de pronto. Tan certero había sido el chispazo de solución, que su cara apesadumbrada de unos momentos se transformó en un semblante lleno de júbilo.

Al otro día, temprano en la mañana, conversó largo rato con sus compañeros, pero finalmente nadie se atrevió a acompañarlo a presentar su nuevo planteamiento al jefe. Todos aquellos, sus amigos, le acompañaron con la mirada, mientras se perdía tras la puerta. Cuando ésta al fin se cerró, volvieron calladamente a sus puestos de trabajo.

Quince minutos después, tan calladamente como había entrado, salió, cerró la puerta tras de sí lentamente, como si quisiera que nadie se enterara que él, el funcionario más calificado y esforzado, había estado allí. Con el rostro pálido y los ojos muy abiertos, pasó entre los puestos de trabajo de sus compañeros. Era un sonámbulo, un hombre con la vista perdida más allá de todo. Casi veinte años de trabajo, sin cambios, sin siquiera un reconocimiento a su buen desempeño, y un mísero sueldo.

Todo aquel suspenso, fue roto bruscamente cuando la puerta de la oficina del jefe se abrió y la voz ordenó toscamente:

— ¡Miguel! Ocúpese del cargo de Alberto, inmediatamente. Quiero un estado de la situación actual antes del mediodía.

— Pero, don Oscar, cómo voy a ...

— ¿Quiere acompañar a su amigo? —le dijo en un tono extraño.

Miguel Ramos, hombre modesto y muy correcto, se sonrojó hasta la raíz de los cabellos. Lo rojo de su cara resaltaba el pelo totalmente cano.

— ¡A las doce... en mi oficina! — Ordenó, y apuntando el escritorio de Alberto, agregó:

— ¡El informe...! ¡Y a las cuatro reunión con el personal!

Y volvió a encerrarse.

Al día siguiente, toda la conversación giraba en torno a los extraños sucesos del día anterior. Don Oscar, no estaba en su oficina y se respiraba un aire más de relajación y optimismo que de preocupación. De pronto, Don Oscar y Alberto aparecieron en la puerta. Alberto y su cara zombie, don Oscar y su cara regordeta y sonriente.

— ¡Eah!¡Bravo, hombre! —exclamaba y aplaudía el chico Farías.

— ¡He aquí el nuevo gerente en Antofagasta! —presentó don Oscar.

— ¡El jefe te tiró bien lejos, Beto! —le observaba, Gloria.

En ese momento, después de una semana de tensiones y angustias, Alberto sonrió. Los camaradas, volvieron a celebrarlo entre aplausos y risas. Luego Alberto se quebró y lloró con sus amigos, mientras lo abrazaban.

Don Oscar, el jefe, abrió una botella de champaña y el mismo sirvió las copas una a una a sus empleados. Y brindaron.

— ¡Hasta verte, corazón mío! —brindó su amiga Gloria.

— ¡Hasta atrás, Nicolás! —replicó don Oscar, y bebió la copa de champaña hasta al fin.