Blancanieves, un otro final

Hace mucho tiempo vivía una hermosa reina. Un día cuando estaba cosiendo junto a la ventana, se picó un dedo con la aguja y una gota de sangre cayó sobre la nieve. La gota roja se veía tan hermosa sobre la nieve blanca que la reina se dijo: “Cómo quisiera tener una hija con la piel blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano”.

Poco tiempo después su deseo se hizo realidad y tuvo una niña que tenía la piel blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano. Entonces la reina le dio el nombre de Blanca Nieves. Desafortunadamente la reina murió cuando la niña aún era muy pequeña y al poco tiempo, el rey contrajo matrimonio nuevamente.

La nueva reina, que era egoísta y tenía muy mal genio, no permitía que nadie fuera más hermosa que ella. Al casarse con el rey, la nueva reina se convirtió en la madrastra de Blancanieves y al poco tiempo la conoció, pero desde un principio nunca la quiso como hija. La nueva reina pasaba gran parte del tiempo contemplándose en su espejo mágico. Diariamente le preguntaba: Espejo mágico, espejo de oro, ¿Quién es la más hermosa?, dímelo tesoro. Y el espejo siempre respondía: La más hermosa eres tú. Esta respuesta dejaba satisfecha a la reina hasta el día siguiente cuando interrogaba de nuevo al espejo, siempre con el temor de descubrir que había una mujer más hermosa que ella.

Entre tanto, Blancanieves seguía creciendo y era cada día más hermosa. Una mañana como de costumbre, la reina consulto su espejo mágico: Espejo mágico, espejo de oro ¿quién es la más hermosa?, dímelo tesoro. Pero esta vez el espejo le respondió: Blancanieves es la más hermosa. La reina se puso furiosa e inmediatamente empezó a tramar un plan para deshacerse de Blancanieves.

El plan consistía en que Blancanieves fuese al bosque en busca de fresas, y cuando estuviera allí fuese asesinada para que no hubiera mujer más hermosa que la Reina. Efectivamente, la Reina mandó llamar a uno de los cazadores reales y le ordenó: Lleva a Blancanieves al bosque y cerciórate de que jamás regresará. El cazador llevó a la jovencita hasta la frontera del reino. Allí el cazador se disponía a apuñalar a Blancanieves, pero en ese instante, mirando a la hermosa joven, decidió no hacerlo, y milagrosamente apareció una vaca en la lejanía del bosque y el cazador pensó: Si le llevo el corazón de la vaca a la reina, ella pensará que me he deshecho de Blancanieves y así no tendré que matarla. El cazador le contó a Blancanieves el propósito de su madrastra y la obligó a marcharse del reino para que no fuese asesinada. Blancanieves, resignada y sabiendo lo que pretendía su Madrastra, aceptó y se alejó lo mas que pudo del reino que antes era suyo. El cazador llevó el corazón de la vaca a la reina y le dijo: He cumplido con lo que me ha ordenado hermosa reina, le he traído el corazón de la princesa. La reina, satisfecha de haber logrado su cometido, se dispuso a descansar.

Mientras tanto Blancanieves vagaba hambrienta buscando algo que comer. Por fortuna, encontró una pequeña casa en la mitad del bosque. Llamó a la puerta pero nadie respondió y decidió entrar.

En el comedor había una mesa con siete platos y en la planta alta un cuarto con siete camas. Blancanieves estaba tan hambrienta y cansada que comió y luego se acostó en una de las camas, sin percatarse que todo lo que había allí era muy pequeño. Cuando llegaron los siete enanitos, que eran los dueños de la casa, la encontraron durmiendo profundamente. La vieron tan hermosa e inofensiva que decidieron no despertarla. A la mañana siguiente, escucharon atentamente el relato que les hizo Blancanieves. Estarás más segura si te quedas con nosotros, le dijeron los enanos.

Los siete enanitos salieron temprano a trabajar, pero antes le advirtieron a Blancanieves que no dejara entrar a nadie en la casa. Al poco tiempo, la reina se enteró por medio del espejo mágico de que Blancanieves se encontraba a salvo y vivía en el bosque.

La reina, furiosa, hizo una peineta envenenada para que cuando Blancanieves se peinase cayera muerta. Mientras tanto, Blancanieves le quería dar una sorpresa a los enanos en agradecimiento por haberla dejado quedarse en su casa, y penetró en el bosque en busca de moras para hacerle una tarta a los enanitos.

Entretanto, la bruja la observaba disfrazada con una pañoleta y haciéndose pasar por una vendedora. Creía que Blancanieves no la reconocería. Se acercó con la peineta envenenada en sus manos y le preguntó a Blancanieves: ¿Puedo cepillar tu hermoso cabello? No tengo a dónde ir, y he vagado por el bosque en busca de alguien que compre mis peinetas. Blancanieves en cuanto la vio se dio cuenta de que era su malvada madrastra y no aceptó. La reina no supo entonces qué hacer y se avalanzó contra ella. Blancanieves trato de huir, pero la bruja alcanzó heríndola con el peine y Blancanieves cayó dormida. La reina, creyendo haber logrado su objetivo, se marchó.

Cuando los enanitos llegaron de trabajar, vieron tirada a Blancanieves en mitad del bosque. Pensaron que estaba muerta, pero uno de ellos lloró y derramó una lágrima en la herida de Blancanieves, limpiándola. El veneno de la peineta quedó eliminado y la princesa despertó. Sana y salva, Blancanieves volvió a casa de los enanitos.

Al día siguiente, la reina le preguntó al espejo quien era la más hermosa, pero este le respondió de nuevo: "Blancanieves es la más hermosa". Furiosa, la reina decidió deshacerse de una vez por todas de Blancanieves. Se disfrazó de campesina y se dirigió a la casa de los enanos. Una vez más Blancanieves fue advertida por los enanos de que no le abriera a nadie la puerta hasta que ellos volvieran de trabajar. Al llegar la reina a la casa de los enanos dijo:" Manzanas, compre mis manzanas". Blancanieves se asomó a la ventana. Las manzanas se veían tan deliciosas, que no pudo resistir la tentación y compró una.

Pero la manzana estaba envenenada, después de haberla mordido, Blancanieves cayó al suelo casi muerta. Esa noche, cuando los enanitos llegaron a casa, encontraron a Blancanieves tirada en el suelo. Como no respiraba, creyeron que estaba muerta. Los siete enanitos estaban muy tristes y no se decidían a enterrar a Blancanieves. Entonces construyeron una urna de cristal y la llevaron a una colina, donde uno de ellos permanecía siempre a su lado.

El tiempo pasaba y Blancanieves daba la impresión de que dormía. Un día, un apuesto príncipe que cabalgaba por el bosque vio a Blancanieves en su urna de cristal. Se veía tan hermosa que se enamoró de ella al instante. Por favor, exclamó el príncipe, déjenme llevarla al castillo, les suplicó. Les prometo que la cuidaré siempre, dijo el príncipe. Los enanitos conmovidos por su amorosa petición, accedieron.

Cuando los sirvientes del príncipe abrieron la urna de cristal, el príncipe le dio un beso y ella despertó de su largo sueño. Blancanieves vio junto a ella al apuesto príncipe y se enamoró inmediatamente de él. Fue así como poco tiempo después, Blancanieves partió al reino del príncipe y se casaron. Mientras tanto la reina creía que ella era la mujer más hermosa del reino, esta vez cometió el error de no preguntarle al espejo. Luego de casarse Blancanieves y el príncipe, recibieron la información de que la vieja que había querido matar a Blancanieves estaba merodeando el reino. El príncipe asustado salió con sus sirvientes a buscar a la vieja y a la única persona desconocida que vieron fue a una reina muy hermosa de un reino vecino. El príncipe no creyó que esa hermosa mujer fuera la que había intentado hacerle daño a Blancanieves y la invitó a la boda. Al presentarse allí,Blancanieves contó que era ella quien intentó matarla,entonces el príncipe ordenó que fuera castigada poniéndole unos zapatos de hierro al rojo vivo,y bailar para la boda. La Reina bailó y bailó hasta desmayarse,y la llevaron a las mazmorras. Cuando despertó,aún estaba celebrándose la boda,por lo que gracias a sus malas artes consiguió escapar de allí,y con los pies llenos de ampollas,huyó por las montañas entre una tormenta de nieve,y nunca más se supo de ella... (*)

Ocurre que Blancanieves, ahora princesa, estaba demasiado enamorada de su marido. Una pasión tan grande y devastadora que le hizo olvidarse de sus pequeños amigos y protectores leales. No más les invitaba para las fiestas en el castillo, no más les daba regalos, no les tenía más ninguna atención. Los soldados que hacían la guarda de las murallas del alcázar se mofaban de ellos, llamándoles por apodos despreciativos, burlescos, cuando pasaban, siempre en fila: “Miren, allá vienen los pintores de rodapié. ¡ Eh, enanitos! Venid besar mi trasero. Si lo consigáis, os daré un pirulí para chupar.” Y caían todos en una estruendosa carcajada.

La actitud de la princesa los dejó muy decepcionados. Decepción que se cambió en tristeza. Tristeza que se cambió en rabia. Rabia que se cambió en odio. Odio que se adueñó y llenó los corazones de los enanos, haciéndoles tener ganas e ideas de venganza.

Decidieron pedir la ayuda de la Reina mala y empezaron a buscarla por las montañas. Después de muchos días, llegaron a la cumbre de la montaña más alta, de donde avistaron una cueva. Aunque el miedo les sucitase escalofríos por todo el cuerpo, el deseo de vengarse de la princesa era más fuerte. Entraron. La cueva era húmeda y fría. Las llamas de una pequeña hoguera, casi apagada, iluminaban débilmente las paredes de la gruta. En un rincón oscuro, tendida sobre una rota estera de paja, durmiendo como un tronco, estaba la Reina. Su apariencia era aterradora, el rostro en nada recordaba la antigua belleza: los ojos negros, antes tan luminosos, se perdían, ahora, con las profundas ojeras; la nariz, antes tan delicada, había aumentado mucho de tamaño y ehxibía una horrible verruga; sus pelos, antes negros y brillosos, estaban blancos y opacos. Estaba fea, fea como una bruja. Los enanos la miraban, cuando, súbitamente, ella despertó. Dió un salto y se encogió en la pared. “¿Qué hacéis aquí? ¿Qué queréis?” – preguntó la Reina - “No te asustes, bruja.” – replicaron ellos – “No venimos acá para hacerte mal. La maldición que ha recaído sobre tu cabeza también ha recaído sobre las nuestras. La princesa nos ha abandonado a nuestra propia suerte. Hemos sufrido en las manos de los soldados reales. Ahora, queremos venganza. Pero no queremos matarla, solamente darle un castigo por su ingratitud. ¿Puedes ayudarnos?” Pasado el susto inicial, ya más calma, la Reina mala les respondió: “No debería ayudaros por lo mal que me habéis hecho en otros tiempos. Pero el odio que siento de la princesa no ha disminuido. Aquí en este frasco hay una poción mágica que hará con que la princesa se arrepienta de todos los males que ha hecho a vosotros. Rociadla en su rostro, mientras duerma, en una noche de luna llena. Sólo pido que no me preguntéis sus efectos. Asevero que la princesa no se morirá, solamente tendrá la merecida punición.” Dijo esto y desapareció en la oscuridad de la gruta.

Los enanos, con la bebida mágica en las manos, regresaron al castillo. El tiempo pasó y, una bella noche de luna llena, ellos, disfrazados de enanos de jardín, se quedaron inmóviles por entre las flores que adornaban el gran balcón que había debajo de la ventana del cuarto de la princesa. Esperaron hasta que ella se acostase, cerrase sus párpados y se durmiese profundamente. Entonces, se aproximaron furtivamente de la cama de la princesa, Gruñón sacó del bolsillo del pantalón el vidrio que contenía la poción, rociándola sobre el rostro de la princesa que no hizo ningún movimiento. Hecho esto, salieron todos del cuarto, rápidamente.

Al día siguiente, por la mañana, la princesa se levantó temprano, como hacía todos los días, se estiró y siguió para el baño, a fin de lavarse y arreglarse. Pero no pudo mirar su rostro al espejo pues él parecía haber sido desplazado para arriba. Volvió al cuarto, se miró al gran espejo al lado de la cama y dió un grito de horror. Su cuerpo había encogido, aquella mujer alta y esbelta se había transformado en una enanita. Los gritos y la agitación hicieron que el príncipe se despertase. Cuando él vio aquella pequeña mujer en su cuarto, tuvo un sobresalto. Llamó a los soldados para quitarla de allí, ajeno a los protestos de su esposa que decía, desesperadamente: “¡Yo soy Blancanieves! ¡Yo soy tu amada esposa!” Pero las súplicas de Blancanieves no convencieron al príncipe y ella fue expulsa del castillo.

Vagó en la selva por algunos días. Agotada y hambrienta, se acordó de los enanos, aquellos mismos que tan bien la habían recibido a tiempos atrás. Se dirigió hasta la casita, donde ellos la esperaban. Al verla, ellos hicieron una gran fiesta, diciéndole que ella estaba más guapa que nunca.

El tiempo pasó, Blancanieves se ha conformado. Ella y los siete enanos crearon un espectáculo de circo que ha tenido mucho éxito. Y vivieron felices para siempre.

Carlos Cruz - 06/07/2009

(*) Extraído de la Internet.