Pudiste entenderlo muy tarde, Lucía

Pudiste entenderlo muy tarde; cuando ya la poderosa máquina de los recuerdos había empezado la marcha. Recién ahí, comprendiste la magnitud de la situación. Ante tus manos, el viejo cofre con los despojos de ella: Unos ojos que todavía alumbraban tu sangre fría, paralizados en su última mirada, la última.

Ya en la tranquilidad de la habitación, quieres atrapar el tiempo en las volutas de tabaco. Todo tan rápido que, en cualquier momento, llegará Pamela del trabajo, con el cerro de papeles para archivar en el computador porque el tiempo no siempre alcanza en la oficina. Además ,lo traje para que me ayudes un poco, Lucía. En cualquier momento pasará eso y tienes que prepararte. Un baño rápido, la crema suavizante, el agua de colonia y aquel conjunto azul. Ese, que a ella tanto le gustaba.

¿Te gusta? No respondió a tu pregunta. Salieron del supermercado y llegaron hasta la casa en silencio. Solo ahí, después que acomodaran las cosas, se acercó a ti. Fuiste un poco fría, nunca pudiste deshacerte del todo de esa chiquilla adolescente y resentida ante cualquier circunstancia adversa. No te molestes, Lucia, ¿sabes? Si me gustó tu nuevo conjunto. De verdad, te queda precioso. No más palabras, recuerdos de un beso tierno, de como el amor puede venir inmediatamente después de una discusión. ¿Sientes?,monosílabos, relaciones prohibidas. ¿Qué dices? Lo recuerdas por eso: por el maravilloso encuentro amatorio, por la risa abrupta de Pamela, por el consiguiente llanto, por el inicio de la ruptura, por la caja que ahora sostienes, por todo, Lucía.

Estás agotada. No sin cierta vanidad, compruebas que en sólo media hora has hecho la limpieza de la casa. Ríes porque cuando papá vino a visitarlas consideró el hogar como un cuchitril. No te molestaste porque, en alguna forma, tenía razón. El viejo nunca objetó nada. "Sólo quiero que seas feliz, hija", decía para hundirse en ese misterioso silencio que no lograste nunca descifrar. Mamá era otra cosa. Nunca perdonó tu forma de vida. Podrías decir de memoria los nombres, teléfonos y direcciones de todos los psiquiatras de la ciudad a los que te llevó para curarte porque eres joven, Lucía, y estoy segura que los doctores te harán ver las cosas de otra manera. No me importa el dinero, lo importante es tu salud. ¿Salud?, Claro, pues, hija, no quiero ni pensar lo que van a decir mis amigas de la parroquia cuando se enteren o el padre Antonio que las conoció de pequeñas a las dos. Mamá era otra cosa pero sabían lo que enfrentaban cuando tomaron la decisión. Todos se fueron: Los amigos del colegio y la universidad se alejaron, uno por uno. ¡Qué desperdicio!, decían, pero desperdicio es andar por la vida fingiendo, ocultándose.

Terminas de ordenar tus cosas. Preparas lo indispensable para ti. Sabes que vendrán a buscarte y no regresarás en mucho tiempo. El cuarto parece más grande en la soledad y miras cada rincón para atesorarlo en la memoria y encuentras a Pamela en cada pared, en el techo, en las puertas. Imaginas la cara de la madre de Pamela. Sabes que hará lo posible por destruirte, por desaparecerte. Recuerdas cada conversación con ella, cada insulto, cada intento que hiciste por acercarte. " No puedo creer que tengas el descaro de llamarme, mocosa. Sólo por Pamela no reacciono como debería, putita". ¿Cómo?, ¿así te dijo? Sí y mira que llamé sólo porque me lo pediste. Lo sé, Lucía, gracias. No es por justificarla pero trata de entender a mi vieja...Basta, ya no hablen más, Lucía. Pregunta, averigua... ¿Me amas, Lucía?, dice, ahora eres tú la que no contesta. Observas su cuerpo, sus senos calientes, sus muslos, su bien torneada figura. Si, vale la pena Lucía porque cada día la quieres más pero no entiendes, hasta ahora, porque pararon de amarse por esa carcajada, por esas lágrimas.

¡No me digas que ya te molestaste!, dice, sin convicción, tratando de ocultar lo evidente. Está bien, está bien. Tenemos que hablar. La notas nerviosa, pasea por el cuarto, se sirve una copa de vino, prende un cigarrillo y fuma con ansiedad. Le sobreviene un ataque de tos, la ayudas a recuperarse hasta que toma valor y te dice: Lucía, vamos a separarnos. Voy a casarme...con un hombre.

Todo fue muy rápido. Del desconcierto a la incredulidad y a la violencia. Todo en menos de dos minutos. Quiso explicarte pero estabas muy ofuscada para escucharla. Puta, maldita puta, gritabas; te abalanzas sobre ella y empiezan a pelear. Dos gatas en celo propinándose arañazos, empellones y cachetadas, con breves intervalos de tiempo donde ella trata de justificarse. Tienes que entender, Lucía. Tengo derecho a una vida normal, a una familia. Cállate, traidora, gritaste y nuevamente a los golpes. La pelea iba tornándose más violenta. Pamela, en un arrebato de furia, rompió una botella y te marcó la cara, la mandíbula. Ver tu propia sangre te asustó. Pararon de pelear y fuiste a la sala. No se atrevió a seguirte. Con una toalla hiciste un rudimentario vendaje, la debilidad te hacía dormitar. Despertaste horas después,las imágenes volvían lentamente, fuiste a verla. La sangre ya había coagulado. Pamela dormía y tenías en tus manos el viejo cofre, donde guardaban las joyas. De un salto estuviste encima de ella que despertó sobresaltada. ¿Qué vas a hacer?, preguntó, con la mirada más triste del mundo, esa mirada que todavía sangra dentro del cofre. La navaja, aun sangrante, pesa mucho en tu bolsillo de criminal primeriza...¿ Y ahora?, esperar, mientras ves su cuerpo inerte. Sí, sí la amas. Pudiste entenderlo muy tarde, Lucía. Además, vienen por ti, lo sabes.

Ricardo Miyashiro
Enviado por Ricardo Miyashiro em 03/10/2005
Reeditado em 11/10/2018
Código do texto: T56153
Classificação de conteúdo: seguro
Copyright © 2005. Todos os direitos reservados.
Você não pode copiar, exibir, distribuir, executar, criar obras derivadas nem fazer uso comercial desta obra sem a devida permissão do autor.