Escenas domésticas

Tan sólo despertaste y ya estaban ahí. No recordabas si era tu cumpleaños o algo especial, porque hasta la abuela había venido. Fue divertido mirar, por breves segundos, los rostros tan familiares, tan lejanos, observarte expectantes, silentes. No perdamos el tiempo, una voz y a estas alturas no importa quien fue, que se nos hace tarde. Hay muchas cosas que hacer, como autómata te diriges a darte un baño, despejar la cabeza y, por las dudas, revisas el calendario. No. Hoy no es tu cumpleaños.

En el desayuno, luego que los tíos te ayudaran a ponerte el smoking. Mamá propuso un brindis. Todos aceptaron de muy buena gana el primer vino de la mañana y empezaron los discursos, las manifestaciones de orgullo, porque, según ellos, por fin habías encontrado el camino correcto y estabas a punto de volverte honorable, decente. Te incomodaba un poco lo estrecho del traje, además de la falta de costumbre de usarlo y querías preguntar que demonios estaba pasando, ¿seria una broma?, ¿un sueño?, pero, a la vez, tu curiosidad era muy grande. El juego te estaba hechizando.

Tuviste que transar con lo de la barba. El cabello no me lo tocan, dijiste furioso y tuvieron que calmarte. Está bien, está bien, un buen peinado de cola de caballo y asunto arreglado, pero la barba si te la cortas. Mira que tienes que verte muy guapo hijito, dijo la abuela. Nunca podías decirle no a la viejita. No fue necesario ir a la peluquería porque el peinador llegó a la casa. Lo conocías de vista, cuando de niño acompañabas a mamá para su arreglo mensual, y seguías preguntando como semejante hombre podía ser afeminado. Uno lo veía de lejos y daba la impresión de ser militar, boxeador o alguno de esos oficios rudos, nadie imaginaba que aquel gigante pudiera ser homosexual. Ríes, porque cuando llega a casa, adopta poses refinadas y piensas en que ya tiene edad para ser abuelo y hasta ahora continúa sintiéndose la prima donna. El también te felicita y te cuenta como reaccionaron el peluquería cuando mamá contó la noticia. De verdad nos sorprendimos, dijo, y también tú quisieras conocer la dichosa noticia.

Terminas y no te reconoces en el espejo. Ha sido un buen trabajo, realmente eres otro. Bajan y los tíos tienen las mismas apreciaciones. ¿Dónde están las mujeres? Preguntas y el abuelo contesta que han salido a buscar cosas de urgencia que faltaban, ya sabes como son las mujeres, con ese pretexto salen pero en realidad quieren comprar vestidos una talla mayor para que les disimule la grasa, comentario que provoca la risa general, incluso tu te ríes para no desairar el pésimo humor del abuelo. Vamos hijo, te dicen, todavía tenemos tiempo y necesitamos hablar contigo. Te llevan a la terraza, donde han apilado tal cantidad de botellas de licor, que ni el imperio romano completo hubiera sido capaz de acabar. Se sientan, tú, cerca al balcón, y cada uno empieza a hablar, a aconsejarte. Tratas de prestar atención pero la variedad de temas que abordan hace imposible la tarea, sólo captas frases sueltas, palabras como: responsabilidad, lo duro de la vida, la labor del hombre en el mundo y hasta citas del Corán y la Biblia. Mientras tanto, uno de tus tíos, te llena la copa de distintos licores que bebes rápidamente para ver si así entiendes algo.

Llegan las mujeres, ignoras cuanto tiempo ha pasado y pegan el grito en el cielo cuando los encuentran en total ebriedad. ¡Que irresponsabilidad, Dios mío!, ¡no podemos irnos un momento que convierten la casa en una cantina!, ¡justo hoy, mira como han dejado al muchacho! Mamá se acerca, intenta reanimarte, quieres dar un paso pero difícilmente puedes mantenerte en pie. La abuela, previsora, con el sequito de tías, entra a la cocina y en un instante sale con una jarra de algo caliente. Les sirve un poco a todos y en segundos empiezan a sentirse mejor, sólo el abuelo no reacciona y piensas que de repente se ha muerto o algo; ustedes saben que papá no puede tomar, reprochan las mujeres. No, no está muerto pero ya no podrá salir de la casa. Lo llevan a su habitación y luego del reproche general de la abuela, todos, incluido tú, hacen cola en el baño para terminar de despertar.

Es casi mediodía, tienes hambre pero nadie habla de comer. No te preocupes dice mamá, luego habrá tiempo. Salen de casa, una de las tías se queda para cuidar al abuelo, y abordan los autos. Te preguntan en cual quieres ir y respondes que en tu motocicleta, es en vano, te asignan el auto del abuelo. Mamá lo maneja y tú te recuestas en el asiento posterior. No te eches que arruinas el traje, te dicen y piensas que en ese momento, lo único arruinado es tu estómago y tu cabeza. La música está muy fuerte, pides que bajen el volumen pero te contestan que es para tus nervios, para relajarte.

Por fin llegan, al menos eso dicen. Sientes que la cabeza te va a estallar. Las luces hieren los ojos y además te incomoda tener decenas de personas mirándote. No sabes muy bien donde estás, hasta que recobras la conciencia cuando el cura te pregunta si aceptas a fulana de tal como esposa. En ese momento, fuera de la señora desconocida que está a tu izquierda, ves a una mujer vestida de novia que te mira con ojos estúpidos, esperando la respuesta. Quieres saber en qué momento se hicieron novios, es más, anhelas saber cómo demonios se conocieron. Detrás de ti empiezan los murmullos y ves a mamá que te mira con ojos reprobatorios, la abuela llora y las tías empiezan a menear la cabeza. El cura repite la pregunta, lo notas un tanto fastidiado, como si lo hubieran despertado de su siesta para celebrar la boda, debe ser de la edad del abuelo, calculas. Escuchas que la novia solloza. Me estoy casando, piensas, y por ultima vez joven ¿acepta usted a...? Sí, acepto, dices. La iglesia estalla en aplausos. El rito concluye. Te dan el permiso para decirle unas palabras a tu flamante esposa y luego besarla. Confundido, le levantas el velo y solo puedes preguntar: ¿cómo te llamas? La iglesia queda en silencio.

Ricardo Miyashiro
Enviado por Ricardo Miyashiro em 06/10/2005
Código do texto: T57390