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icaronycteris index

El problema con los animales es que desconocen el concepto de

productividad. No saben explotar la ternura de sus crías ni vender su fiereza. Todos los poderosos músculos de un tigre, por ejemplo, no son capaces de generar capital. Yo, sin embargo, me identifico con esa inaprehensibilidad para el desempeño. Admiro, sobre todo, a los gatos, y de ellos, su soberbia habilidad para la utilización sensual de casi cualquier espacio disponible. Mi gato, como muestra, estuvo recostado en los siguientes lugares:

bajo la mesa

dentro del ropero

en el nacimiento

entre la ropa sucia

en el primer peldaño de la escalera

en el último

sobre el tocadiscos

junto a Diana Isabel

en un rincón del baño

Tengo la costumbre necesaria de apodar a todo gato con el que entro en estrecha relación, y cada gato es susceptible de recibir tántos motes como tántas sean las veces en las que me tope con él, aunque la repetición de algún sobrenombre sea deseable. Mas, a fin de cuentas, pienso que no existe mejor nombre para un gato que el que precisamente tiene. Al igual que en aquel viejo chiste, me maravillo de la inteligencia de los científicos pues, ¿cómo sabían que un gato era un gato?

Uno de los acontecimientos más emocionantes que jamás presencié, fue cuando observé por vez primera a uno de ellos persiguiendo su propia cola: un poema móvil de bella y brutal anarquía.

Debo reconocer en los fundamentos de mi pasión ¨zoótica¨, un componente genético bastante significativo. Mi hermano y yo siempre manifestamos esa marcada tendencia, aunque fue él quien se destacó mayormente. Cuando jugábamos con muñecos, Ícaro solía desentenderse de la conducción de los humanos que le correspondían para concentrarse a placer en la animación de sus bestias de plástico. No pocas ocasiones discutimos por causa de esa conducta. Pero Ícaro iba más lejos todavía. Cuando se le preguntaba cuál sería su profesión cuando creciera, invariablemente respondía: ¨seré toro¨.

Era debido a tal vocación que mi hermano nos perseguía incesantemente con una toalla en manos, pidiéndo que lo

¨toreásemos¨. Sólo la más noble de mis primas se prestaba a

semejante colaboración.

Tales prácticas eran acompañadas por una incidental música taurina que mi hermano ¨novillo¨ hacía reproducir en un tocadiscos humano. Lo extraño era que esas aspiraciones ¨táuricas¨ coexistían con un acto que Ícaro realizaba todas las mañanas, inmediatamente después de

levantarse: subía a la ventana adoptando una posición cuadrúpeda y ¨ladraba¨ a todo objeto móvil que cruzara por la calle. Su predestinación animal se vio rotundamente justificada cuando encontramos, en un libro de zoología, el nombre del primer espécimen fósil de murciélago hallado en excavaciones: icaronycteris index.

Pero, llegó el día en el que tuvo que confrontarse con una realidad extra-genética que se apartaba con angustiosa inexplicabilidad de sus deseos primordiales. Como una medida de intermediación entre esas dos realidades, mi hermano transmutó su esperada metamorfosis por la

más práctica decisión de convertirse en veterinario.

Nunca realizó tal idea; no obstante, el verdadero animal que llevaba dentro se impuso, y la búsqueda de pastizales, de fuertes olores de almizcle o de presas desprotegidas, fue substituida por un empleo en una empresa de neumáticos, un apartamento en los límites de la ciudad y el cuidado y manutención de sus hijos, de entre los cuales no sería de sorprender la descubierta de un futuro lince en tempranos ejercicios.

valentina
Enviado por valentina em 06/09/2007
Reeditado em 01/11/2007
Código do texto: T640895