La Vida en Bogotá

Todas las mañanas, Alicia se levantaba con el sol entrando por la ventana. Aún hacía frío, y salir de debajo de las cobijas era un pequeño sacrifício de todos los días. Durante un buen baño caliente, el sueño se iba volando por entre el vapor del agua, y ella se preparaba para enfrentar la rutina diaria. Primero el desayuno parco, después arreglarse para salir. Caminar hasta la avenida 68 y esperar el bus. Ella soñaba con el día en que tendría un carro para poder movilizarse más cómodamente, pero por ahora las cosas no daban para tanto. En la esquina del Colegio Cafam ella atravesaba la avenida, cogía el bus y se iba a estudiar a la universidad. Sin embargo, hoy tendría que ir a la biblioteca Luis Ángel Arango, en el centro, para continuar escribiendo la tesis de grado. A ella le encantaba andar por el centro de la ciudad. Después de los estudios, ella salía andando por la Candelaria, a veces iba hasta la Plaza de Bolívar a ver volar a las palomas, que se encaramaban en la estatua de Simón Bolívar, y a las cuales los turistas y los niños alimentaban con el maíz que vendían algunos vendedores ambulantes. Ese día estaba haciendo sol, y ella se sentó un poco al lado del Palacio de Justicia, disfrutando el panorama y pensando en su futuro. Ella había venido de lejos, de un pueblo cerca de Cartagena, y aunque extrañaba el mar y el calor de la "Ciudad Heróica", sabía que ahora su hogar estaba en Bogotá. La capital la fascinaba, le encantaba irse los domingos a Monserrate a ver la ciudad desde la montaña mientras se tomaba un chocolate acompañado de tamal. Se había acostumbrado bien al frío, que a veces sólo se sentía en las mañanas y las noches, y sólo sentía falta de su família y de sus amigos. En la universidad había conocido algunas personas, pocas, en verdad, ya que los bogotanos eran menos "compadreros" que los costeños. Pero esos amigos la hacían sentirse en casa cuando salían a rumbear o cuando se reunían a discutir los trabajos universitários.

Ella no sabía aún qué iba a hacer cuando se graduara, pero ya había decidido quedarse en Bogotá. Un amigo le había dado posada en su apartamento, y ella le pagaba una pequeña suma por el arriendo del cuarto en el que vivía, en un apartamento que compartía con su amigo y otra muchacha. Sólo que desde que descubrió la Candelaria soñaba con vivir un día en una de sus casas antiguas y caminar todos los días por esas calles llenas de historia. Sus amigos la molestaban diciéndole que iba a vivir en una casa con fantasma incluído, pero ella no era supersticiosa.

Después de un tiempo que ella no se preocupó en medir, Alicia se dió cuenta de que estaba sobre el tiempo para ir a la clase de ese día. Y ella no había ni almorzado. Se fue corriendo a ver si conseguía coger rápido el bus, y fue tan afortunada que apenas llegó a la calle pasaba uno que le servía. Estaba lleno, como siempre, y ella se apretujó entre los otros pasajeros para acercarse a la puerta de salida, en la parte trasera del bus. Ahora no tendría tiempo para un buen almuerzo, pero una empanada alcanzaría a comprar en la cafeteria de la universidad. La empanada era una de sus comidas preferidas, sobretodo la de carne, bien regada con limón y acompañada de Pony Malta. "Nada saludable", diría su mamá si la viera, y al pensar en eso Alicia dió una sonrisa nostálgica.

Las clases de la tarde se pasaron volando, una después de la otra, y mientras salía del salón de clases junto con su amiga Valentina, Alicia le preguntó qué planos tenía para la noche.

-Tú sabes que en la 93 no voy, es muy caro, pero hoy quería salir un poco, tú sabes, la tristeza de la nostálgia me ataca a veces...

-No sé, Alicia, ¿tú ya fuiste a la Zona Rosa? Me dijeron que hay un lugar que abrió hace poco, que es muy chévere, y estaba con ganas de ir. ¿Qué te parece?

-Puede ser, desde que no volvamos tan tarde, mañana tengo clases por la mañana, ¡y mi tesis parece que no acaba nunca!

-Entonces listo, nos encontramos en tu casa a las 9 p.m. Yo voy a decirle a Carlos para que venga con nosotras, y tú puedes invitar a Julián, ¡hace rato que tengo ganas de conocerlo!

Alicia se despidió de su amiga, se puso la chaqueta y se fue a coger el bus de regreso. Mientras esperaba el bus en una esquina llena de transeúntes y de personas que esperaban, decidió qué ropa iría a usar esa noche. Como había ido algunas veces al parque de la 93, sabía que era un sector caro, frecuentado por los "gomelos", los "hijos de papi", aquellos que la miraban de arriba a abajo vestidos con sus chaquetas de marca y sus tenis caros. No le parecía justo pagar tanto para sentirse en una sala de tribunal. ¡A veces los seres humanos le parecían tan ridículos!

Después de un viaje lento en el bus através de los trancones de la hora pico, Alicia llegó cansada a su apartamento. Fue a la cocina, se hizo un sandwich de queso y jamón, calentó el café y comió. Cuando saliera iba a beber un poco, y no quería estar con el estómago vacío. Se arregló y esperó viendo un poco de televisión. Las mismas novelas de siempre. La cansaban las lágrimas repetidas de las eternas heroínas que perdían su príncipe. Decidió leer un poco mientras esperaba. Cuando Valentina llegó con Carlos, todos juntos se dirigieron al carro del último, y fueron a la Zona Rosa. Los bares, restaurantes y tiendas del lugar eran de los más refinados, y ella se sorprendió cuando pararon en un establecimiento pequeño, con una entrada simple sin letreros pretenciosos ni guarda de seguridad. Del interior llegaban las notas de un salsa, y ella se emocionó.

-¡Hace rato que no bailo!

-Entonces ven y aprovechamos para bailar toda la noche - le dijo Carlos con una sonrisa.

Alicia bailó casi todo el tiempo, parando sólo el tiempo necesario para descansar y beber un poco. Bailó merengue, salsa, música electrónica, ska, hasta los vallenatos se los bailó. Carlos era un bailarín excelente, y cuando llegaban a la mesa Valentina fingía que estaba con un ataque de celos. Fue una noche divertida, en la cual Alicia aprendió varios pasos nuevos de baile, consiguió tomarse un aguardiente de una vez, "fondo blanco", como se dice, y descubrió que su amigo Carlos estaba loco por Valentina, pero que ella no le paraba bolas.

De vuelta a su cama, Alicia pensó en lo que había sido su vida, en su pequeño pueblo, allá tan lejos, en su família que le hacía falta, en su pequeño barrio donde todos se conocían. Su vida en Bogotá era diferente, y aunque su família le hiciera falta, ella supo que no volvería a su pueblo. Por lo menos no para vivir. Bogotá tenía sus problemas, sus trancones, las obras del Transmilenio que nunca terminaban, los huecos y la inseguridad, pero tenía muchísimas cosas buenas para ofrecer, amigos nuevos, experiencias nuevas. Y ella quería estar ahí, en esa ciudad de "cachacos", conociéndola cada vez mejor, viviéndola con toda la intensidad que pudiera. Valía la pena.

Viviana Carolina
Enviado por Viviana Carolina em 29/07/2011
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