Cuando un maestro se va/In memoriam Alvaro Lagos

Cuando un maestro se va, hay que apagar la luz y escuchar en silencio la obra que deja. Hay que sonreír, tristemente, porque comprendes que los genios son los seres humanos más parecidos a los ángeles y tienen que irse así porque la pureza de su talento no resiste la opacidad del mundo. Hay que resignarse porque perdemos sabiduría, porque nos deja el talento, porque se va un mago de la belleza, un alquimista de las seis cuerdas. Cuando un maestro se va, hay que revisar su historia. Asombrarse de ese talento temprano, de esa genialidad en la guitarra cuando sus congéneres- a su misma edad- estaban reventándose los primeros granos. Asombrarse del talento de un adolescente que ponía en aprietos a los guitarristas ya consagrados, que osaba componer una rumba en honor del genio de Andalucía y que- encima- esa rumba esté tan bien hecha que parezca tocada por el propio Paco de Lucía. Cuando un maestro se va hay que agradecerle todo lo que hizo por ti, todo lo que aprendiste escuchando su música, investigando su vida porque sabes que la genialidad no solo se encuentra en el talento, en la obra que dejas sino en el camino que hiciste para llegar a encontrar la belleza y la perfección en tu trabajo; hay que agradecerle todas esas noches en vela admirando el sonido de su guitarra o intentando sacar-infructuosamente- en tu propia guitarra, siquiera, algunos compases de sus solos. Hay que escuchar, una y otra vez, el último disco de Chabuca Granda porque en él, el maestro “re”-creaba las canciones de nuestra compositora con su sonido tan particular. Hay que rayar el disco por repetir mil veces la introducción de “José Antonio” y gozar con la poderosa guitarra que precede a los primeros versos o disfrutar de los “guapeos” de Caitro Soto, quien alentaba al joven maestro a bombardear la introducción con su innata genialidad. Hay que agradecer y admirar a Caitro, a Chabuca porque supieron ver en aquel adolescente tímido al genio, al-sin duda- más grande guitarrista que ha dado esta tierra. Hay que agradecerles y admirarlos porque –desde su propia grandeza- supieron ver la grandeza de otro, de un joven que no sabía que le bastarían poquísimos años y una obra muy breve para entrar a la gloria. Cuando un maestro se va ante la indiferencia del gran público, no hay que renegar ni entristecerse; ni siquiera gastar el tiempo en esperar alguna nota o reportaje laudatorio. Sabes que el mundo siempre ha sido ingrato con los genios porque son los que le recuerdan, a cada momento, su imperfección, sus errores. Al contrario, hay que sonreír porque lo conociste, porque eres uno de los pocos privilegiados que sabe de él, de su música. Cuando un maestro se va, hay que suspirar tranquilo porque por fin descansa, porque a pesar de todo, el silencio no pudo con él. La vida quiso acallarlo muy temprano, muy pronto pero a un genio no se le puede tapar la boca, amarrar las manos. Basta una sola obra, un solo espectador-auditor y su tarea esta cumplida, su talento viajará a cualquier rincón del mundo en donde exista un alma necesitada de belleza. Cuando un maestro se va, hay que sonreír porque sabes que, desde aquel momento, empieza su inmortalidad.

Ricardo Miyashiro
Enviado por Ricardo Miyashiro em 10/10/2018
Código do texto: T6472144
Classificação de conteúdo: seguro