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HISTORIA DEL REBELDE

(Contada por él mismo)

Los desempeñantes me presionaban diariamente con sus tentaciones. Se presentaban ante mí con platillos cocinados que suponían apetecibles para alguien que había estado consumiendo frutas solamente en los últimos meses. Otras veces me mostraban fragmentos de películas de cine llenas de exquisito erotismo. Confiaban en que la intensidad de mis deseos acumulados me haría caer en la trampa. ¿Cuánto tiempo resistiría así?

Había iniciado esta inactividad con la esperanza de que otros me secundaran en la protesta, pero nadie se atrevía a dejar de trabajar, ni siquiera concebían que fuese posible dejar de hacerlo. Mi ocio, al que en un principio creí liberador, no tenía razón de ser en la soledad. El castigo se ocultaba detrás de la falta: estaba lastimosamente aislado. Los desempeñantes, sin embargo, creyéndose redentores, me solicitaban.

La situación se convertía, frente a mi desesperada incredulidad, en algo más atroz que aquella otra de presenciar cómo la vida se escapaba, llena de promesas, mientras el tiempo era consumido en actividades ajenas hasta al más pobre de los deseos en el local de trabajo.

Apelaba entonces a un poder superior, pidiendo que no se me privara de los satisfactores mínimos para vivir, a pesar de no querer pertenecer a los ejércitos productivos... Mi única esperanza de salvación era una teoría que había nacido de mi propia intuición: si lograse sumergirme en un sueño-señal (ya no existían esos sueños ahora), de manera que mi ser completo quedase inmerso en él, escaparía de esta sección achatada del universo, accediendo a otra dimensión: el SUPERUNIVERSO de la POSIBILIDAD. Allí las mujeres se despojarían de la maternidad y acompañarían a los rebeldes en los caminos de la conciencia. Allí se combatiría a la muerte con toda la potencia de los instintos de la vida. Desaparecería el terrible dolor de la trascendencia, de la negación sucesiva del ser, porque cada situación, cada entidad, serían las máximas, prototipos de sí mismas, frenando por lo tanto la necesidad de cualquier perfeccionamiento desgarrador. Allí no habría que trabajar...

Pero los desempeñantes se enteraron de mis intenciones; quizás yo mismo se las hice saber en un arranque de euforia. Éste era un mecanismo que precisaba para elaborar mis deseos diarios de vivir. Comenzaron a enviar mosquitos a donde dormía todas las noches para perturbarme (no dormía en una cama por considerarla un instrumento de trabajo); esos insectos eran como policías intermitentes que impedirían que yo me perdiese en el sueño liberador...

CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA DEL REBELDE

(contada por un desempeñante)

El rebelde es visitado por nuestro mejor vendedor, todo un campeón. Recibe la oferta de adquirir una máquina provocadora de sueños-señal y un repelente contra mosquitos. Se le pide a cambio la cantidad que ganaría si trabajase quince días. Como no tiene dinero ni es sujeto de crédito, pide trabajo. La compañía lo contrata. Termina su contrato y se le descuentan derechos de empleo, seguro de vida, seguro médico, seguro de placer y cuota sindical, lo que hace necesaria al renegado otra semana de trabajo para completar la suma liquidadora del importe de la máquina y del repelente. Durante ese intervalo, el susodicho consume alimentos, rasuradora, jabón, dos revistas y un pantalón que la compañía, a través de su almacén de descuento especial para empleados, le proporciona. La liquidación de esos bienes hace necesarios quince días más de trabajo. En ese tiempo conoce a una empleada y enamora con ella. Invierte el dinero ganado en regalos, taxis, restaurantes y cines. Como el dinero no le alcanza, pide prestado. Para pagar trabaja tres meses más.

FINAL DE LA HISTORIA DEL REBELDE

(contada por su esposa)

Después de nacida nuestra cuarta hija, mi marido firmó un nuevo contrato con la compañía por cinco años más. Cuando se cumplieron sus treinta años de servicio ininterrumpido, el gerente de la empresa, una persona muy humana y comprensiva, prometió promover a mi esposo para un puesto de mayor responsabilidad, obsequiándole, además, un vale para adquirir cualquier producto fabricado por la compañía con un valor de hasta quince días de trabajo. Fue entonces que nos hicimos de ese sillón blanco; ese con rayitas azules que se lleva tan bien con los muebles de la sala.

valentina
Enviado por valentina em 24/09/2007
Código do texto: T665906